Desde la aparición del hombre hasta
que se produce la Revolución Neolítica, el aumento de la población es lento.
Sin embargo, con los procesos que trae consigo la Revolución Neolítica
–sedentarización, agricultura, ganadería, explotación previsora de recursos– se
produce un mayor crecimiento demográfico, llegando a 250 millones de personas a
comienzos de nuestra era, se produce la primera duplicación (tardamos 10.000
años) y llegando a los 500 millones ya a mediados del siglo XVII, se produce la
segunda duplicación (17 siglos).
A pesar del nada desdeñable
crecimiento demográfico producido hasta el siglo XIX, es preciso destacar que
la mayor parte de la humanidad se encontraba bajo un régimen demográfico
antiguo, de modo que los escasos excedentes de natalidad acumulados durante
años se perdían ante episodios de hambres, pestes y guerras –“Las Tres
Parcas”–, que diezmaban la población e implicaban la pérdida de todos esos
excedentes acumulados. Los momentos más destacados en los que específicamente
disminuyó la población en Europa fueron la Peste Negra, en 1348 y la Peste
Bubónica en el siglo XVII.
Sin embargo, a partir del siglo
XIX, la Revolución Industrial junto con la Revolución Agrícola que se produjo
en ese momento, sumado además a los avances médicos y de higiene (introducción
del algodón, vacuna antivariólica de Jenner) supusieron la desaparición de la
mortalidad catastrófica en Europa Occidental, en 1850 había 1200 millones (dos
siglos hasta la tercera duplicación) y el comienzo de la revolución
demográfica, de tal modo que a principios del siglo XX la población era de
2.500 millones de personas.
En 1950 había 5.000 millones de
habitantes (hemos necesitado 50 años para la cuarta duplicación) esto empieza a
inquietar y se intenta tomar medidas para reducir el crecimiento durante la
década de los 80 y 90. En 2011 sobrepasamos los 7.000 millones de habitantes.
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